Cuidado con las clases de spinning

Mi relación de amor-odio con el spinning —o ciclismo indoor— dura ya muchos años. Empecé a practicarlo como deporte no-agresivo después de una operación de menisco que no me dejó jugar al baloncesto —mi por aquel entonces deporte favorito y al que dedicaba más energías— durante una buena temporada.

Resultaba emocionante pedalear al ritmo de la música, dejarte llevar por el compás que el profesor imprimía en su clase y disfrutar bailando sobre la bicicleta como si de un concierto se tratara. Recuerdo haber ido muchos viernes y salir con una sonrisa de oreja a oreja motivado para comerme —y beberme— el fin de semana.

Eso era cuando el profesor era bueno, hace ya unos cuantos años. Después de cambiar de gimnasio por temas laborales, no tuve tanta suerte. He visto —y sufrido— las mayores barbaridades que se pueden hacer sobre una bicicleta en el transcurso de los años y con profesores de todo tipo. Yo les llamo asesinos de rodillas, e incluso se lo comento al finalizar las clases. Unos se lo toman bien, otros no tan bien.

En muchas de las clases a las que he asistido, considero que se corre un riesgo innecesario de sufrir una lesión. Se abusa de cadencias muy elevadas y con poca o apenas resistencia y se hacen barbaridades como los bloqueos, —que consisten en pedalear levantando el culo del sillín y con el tronco totalmente estático— o esprintar sentado para acto seguido subir a la orden del monitor manteniendo la misma velocidad —no tengo nada en contra de las frecuencias altas, pero estas deberían ser progresivas y controladas—.

Todavía no sé qué beneficios tendrán este tipo de ejercicios, salvo sobrecargar las rodillas de una manera inhumana. A más velocidad, más probabilidad de descuidar la técnica, y si encima es con poca resistencia, no se trabaja tanto la musculatura sino las articulaciones, con lo que las molestias posteriores están aseguradas.

Cuando le preguntas a algún monitor el por qué de estructurar las clases con este tipo de ejercicios —prometo haberlo hecho en más de una ocasión con monitores con más brazo que una de mis piernas—, te responden que de este modo la gente suda más. Puede que ahí radique el problema, que son clases orientadas a la quema de calorías y las cadencias no están adaptadas a la práctica de ciclismo real.

Sea como fuere, el caso es que dejé de asistir a las clases. Las razones no fueron únicamente las ya expuestas, pero reconozco que el no salir contento como lo hacía antes, el terminar con molestias ocasionales —y con una sensación de mosqueo que no me dejaba muy buen sabor de boca— influyeron en la decisión. Es ahora, entrenando para el soplao, cuando he decidido volver a dar alguna clase con el claro propósito de mantener la forma durante el invierno y así llegar con una buena base para cuando realmente me meta caña en primavera.

Por suerte para mí, esta vez he vuelto a dar con un profesor que me entretiene, que me motiva a darlo todo en sus clases y que sobre todo se preocupa porque la gente haga las cosas de una forma segura. Los buenos profesores escasean, pero existen.

Solo hay que encontrarlos...